jueves, 9 de septiembre de 2010

Salud por Kurt

El 5 de abril de 1994 fue un día que me marcó la vida sin siquiera darme cuenta hasta mucho tiempo después. Para esa fecha yo vivía en el pasaje Hernando de Magallanes, con mi mamá y mi hermana, además de una señora que arrendaba el segundo piso de la casa donde estábamos.
En ése pasaje fue que tuve a mi primera polola. Casi no alcanza a clasificar como tal porque la relación en verdad duró con suerte una semana, pero para la edad que tenía estaba bien, no necesitaba más.

A media tarde de ese 5 de abril, el Federico, hermano de la Carmen, mi polola, salió de su casa con cara de gato atropellado y nos contó la última terrible noticia del mundo de la música: el legendario Kurt Cobain había muerto.

En realidad en esa época yo no tenía idea de quien cresta era Kurt Cobain. No sabía que era el vocalista de Nirvana- tampoco conocía el grupo- ni que su muerte significaba una pérdida terrible para el Grunge.

Años después, ya sabiendo quién era y después de haberme atiborrado de videos de Nirvana en MTV mientras la familia compartía la tarde en la casa de mis abuelos, empecé a darme cuenta de que la pérdida también era para mí. El grupo me gustaba. Mucho. No entendía las letras- y hasta el día de hoy hay veces en que me dejo llevar más por el ritmo y la rabia de Kurt que por el significado de lo que está gritando- pero sabía que ahí había algo poderoso, algo importante para mí generación.

Kurt Cobain marcó las primeras veces que me tomé unas chelas con mis amigos, las primeras veces que me curé con ellos, las primeras veces que, por despecho, en vez de mandar una carta patética, me encerraba en mi pieza a cantar a todo pulmón el disco entero de Nirvana “Unplugged”; marcó tardes de dibujo, de rabia, de llanto, de relajo. Y eso es arte, eso es lo que provoca el arte. Ése era el arte del rubio con chaleco de abuelo que era Kurt Cobain.
Así como Pearl Jam o los Stone Temple Pilots cuando sonaban en la Rock & Pop, Nirvana marcó mis pulsaciones, mi estilo de vestir, mi filosofía de vida y mi forma de mirar el mundano mundo.

Ahora, en camisa y corbata, sentado frente al computador mientras espero que se cumpla la hora de colación y tenga que empezar a hacer mis cosas de nuevo, extraño a Kurt. Me hace falta alguien que pueda gritar mierda desde un escenario y me haga sentir ganas de yo también hacerlo en la calle. No digo que esté viejo ni muerto ni mucho menos, pero a pesar de que el almuerzo estaba rico, necesito en la boca el sabor de esas chelas con mis amigos y un par de acordes de los que no hubo nada más nuevo desde el 5 de abril de 1994.


9-IX-2010